viernes, 13 de febrero de 2015

“Hasta los cachorros comen de las migajas que caen de la mesa de los hijos”


"También los perrillos comen de las migajas que caen de los amos" 

“Hasta los cachorros comen de las migajas que caen de la mesa de los hijos” (Mc 7, 24-30). Una mujer pagana, de origen siriofenicio, acude a Jesús para implorarle que expulse a un demonio que había tomado posesión de su hija y para hacerlo, se postra ante Jesús, en señal de adoración. Sin embargo, a pesar de este reconocimiento –la postración es señal de adoración-, Jesús no le concede inmediatamente lo que pide: aún más, Jesús la pone a prueba, en su fe y en su humildad, al compararla con un perro. En efecto, para graficar su negativa a concederle el milagro, Jesús utiliza la figura de un banquete familiar, en el cual los hijos, sentados a la mesa, no se ven privados del pan, para dárselo a los perros. El ejemplo gráfico utilizado por Jesús es muy fuerte, puesto que, en esta figura, los miembros del Pueblo Elegido son los hijos, sentados a la mesa y destinatarios, en primer lugar, del pan, mientras que los paganos, como la mujer, son los perros, que como a animales domésticos que son, no se les puede dar el pan que corresponde a los hijos. Se trata de un argumento de razón natural: los seres humanos no pueden ser privados de la alimentación, en favor de los animales; o, dicho en otras palabras, puestos en igual situación de hambre y de necesidad de alimentación, los seres humanos tienen prioridad sobre los animales.
Lo que Jesús le quiere decir con este ejemplo es que los destinatarios de los milagros, no son los paganos, como ella –al menos en esta fase inicial de la Revelación-, sino los integrantes del Pueblo Elegido: ellos son como los hijos que se sientan a la mesa. Sin embargo, a pesar de esta comparación, la mujer siriofenicia se mantiene en su fe inquebrantable en Jesús y en su poder de expulsar al demonio del cuerpo de su hija y no se amedrenta ni se ofende por la comparación. Por el contrario, y dando muestras, además de fe y de humildad, de gran agudeza sobrenatural, utiliza la misma figura de Jesús, para argumentar a su favor: es cierto que solo los hijos son destinatarios del pan que se sirve a la mesa y que el pan no puede darse a los perros, pero es cierto también que los perros comen de las migajas que caen de la mesa de los hijos. El argumento resulta irrefutable, aún para el mismo Jesús: si los miembros del Pueblo Elegido, que son los hijos, son los principales destinatarios de los milagros y de los milagros más espectaculares, los paganos, que son los perros, pueden recibir algún milagro “menor”, como lo es la expulsión de un demonio que ha tomado posesión de un cuerpo. Con esta argumentación, Jesús, reconociendo la fe, la humildad y la lucidez sobrenaturales de la mujer, le concede lo que ha pedido, quedando su hija inmediatamente libre de la posesión demoníaca: “A causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija”. El Evangelio confirma el milagro: “Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en la cama y liberada del demonio”.
La figura de la mujer siriofenicia es sumamente llamativa y es ejemplo de fe: es pagana y siriofenicia, lo cual quiere decir que no pertenece al Pueblo Elegido y que racialmente no es hebrea; sin embargo, muestra una fe en Jesús que supera ampliamente a la fe de muchos de los integrantes del Pueblo Elegido, puesto que no solo acude a Jesús con plena confianza en su poder divino –la mujer sabe, por un lado, que su hija no está enferma sino poseída por un demonio y sabe además que los demonios solo pueden ser expulsados con el poder divino-
Muestra ya un germen de fe, aun siendo pagana, y esta fe es confirmada por Jesús, al concederle el milagro que solicita. Es ejemplo y modelo de fe sobrenatural en Jesús, y esto es debido a su mansedumbre y a su prontitud en responder a la gracia, puesto que la fe es un don que se concede con la gracia santificante. La mujer siriofenicia, siendo pagana, recibe la gracia de la conversión en Jesucristo, con ocasión de una gran tribulación personal, como lo es la posesión demoníaca de su hija, y al recibir esta gracia, deja de lado sus creencias paganas y acepta a Jesucristo como Dios Encarnado Salvador de los hombres, que en cuanto Dios, posee el poder más que suficiente para expulsar al demonio del cuerpo de su hija. Esta fe en Jesucristo, en su condición de Hombre-Dios, la lleva a postrarse delante de Jesús, en señal de adoración y por lo tanto, de reconocimiento de su divinidad. Pero además de ejemplo de fe, la mujer siriofenicia es ejemplo de humildad, porque habiendo sido comparada, por el mismo Jesús en Persona, con un animal como el perro, la mujer siriofenicia no solo no se siente ofendida, sino que acepta con humildad, mansedumbre y amor, la comparación que hace Jesús, y es esta humildad la que conmueve al Sagrado Corazón de Jesús, y lo lleva a concederle el milagro que solicita.

Fe y humildad, amor y adoración a Jesucristo, ése es el legado de santidad de esta mujer siriofenicia que, en el momento en el que reconoce a Jesús y se postra ante Él para adorarlo, sale del paganismo para entrar en el Nuevo Pueblo Elegido, la Iglesia Católica. Al recordar a esta santa anónima, por medio del Evangelio, pidamos la gracia de su misma fe, su misma humildad, su mismo amor y su misma adoración, para postrarnos ante Jesús Eucaristía, el Cordero manso y humilde que quita los pecados del mundo.

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