jueves, 16 de abril de 2015

“El Hijo a quien Dios envió tiene el Espíritu sin medida”


“El Hijo a quien Dios envió tiene el Espíritu sin medida” (cfr. Jn 3, 31-36). Jesús anticipa la revelación de las Tres Personas de la Santísima Trinidad, por un lado, y también el don del Espíritu Santo, para Pentecostés, por otro, porque será Él, el Enviado del Padre, el Dador del Espíritu Santo, luego de cumplir su misterio pascual de Muerte y Resurrección: “El que Dios envió dice palabras de verdad, porque Dios le da el Espíritu sin medida”. Y a su vez, será el don del Espíritu Santo, insuflado por el Hijo resucitado –en conjunto con el Padre-, quien concederá la Vida eterna a los integrantes de la Iglesia que crean que Jesús es el Hijo del Padre: “El que cree en el Hijo tiene Vida eterna”.

Tanto el don del Hijo, como el don del Espíritu Santo, forman parte del plan de salvación ideado por el Padre y puesto en marcha en la Encarnación y llevado a cabo en la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Todo ha sido puesto en las manos del Hijo, y puesto que las manos del Hijo están clavadas al leño ensangrentado de la cruz, atravesadas por dos gruesos clavos de hierro, quien quiera salvar su alma, no puede hacer otra cosa que ponerse en las manos de Jesús crucificado y dejar ser purificado con su Sangre, la Sangre Preciosísima del Cordero “que quita los pecados del mundo”. Quien se niegue a hacerlo, ineludiblemente se aparta de la Divina Misericordia, para colocarse, de modo voluntario, bajo la Justicia Divina: “El que se niega a creer en el Hijo no verá la Vida, sino que la ira de Dios pesará sobre Él”. La razón es que Cristo crucificado es la Misericordia Divina encarnada, que se ofrece sin medidas a los hombres, no solo para perdonarles sus pecados –el primero de todos, el deicidio cometido al dar muerte al Hombre-Dios en la cruz-, sino para concederles la filiación divina por medio del don del Espíritu Santo, infundido con la Sangre brotada a través del Corazón traspasado, y si alguien rechaza este don de perdón y de vida divina, no tiene ninguna otra posibilidad de salvación para su alma. Quien libre y voluntariamente rechaza a la Divina Misericordia, debe enfrentar, por sí mismo, a la Justicia Divina: “El que se niega a creer en el Hijo no verá la Vida, sino que la ira de Dios pesará sobre Él”.

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