viernes, 24 de abril de 2015

“Yo Soy el Buen Pastor”


(Domingo IV - TP - Ciclo B – 2015)
  “Yo Soy el Buen Pastor” (Jn 10, 11-18). Jesús utiliza la figura de un pastor de ovejas para representar su misterio pascual de muerte y resurrección y puesto que se trata de un oficio ancestral y universal, que no se limita solo a la región de Palestina y que existe mucho antes que Jesús, la parábola puede aplicarse universalmente, en todo tiempo y por todas las culturas.
El misterio pascual del Hombre-Dios se grafica y representa entonces con la figura de un pastor humano, pero no solo de un pastor, sino de un “buen” pastor, ya que Jesús lo dice explícitamente: “Yo Soy el Buen Pastor”. Es decir, Jesús se compara con un pastor dedicado a su rebaño, que se preocupa por sus ovejas, al punto de arriesgar su vida por ellas: “El Buen Pastor da su vida por sus ovejas”. Él es un pastor bueno y por lo tanto verdadero, que se contrapone al pastor falso, que no da la vida por las ovejas porque “no le pertenecen, puesto que es un “pastor asalariado”, ya que el rebaño no es suyo y esa es la razón por la cual trabaja por dinero. El falso pastor, a diferencia del buen pastor, cuida a las ovejas solo por el interés del dinero y no por el bien del rebaño y es por eso que, cuando ve venir al lobo, huye, dejando a las ovejas indefensas, a merced del lobo: “El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas”. Jesús es el Buen Pastor; es un pastor que se diferencia netamente del mal pastor, desde el momento en que este último abandona a las ovejas y no le importa la suerte que estas corran.
Jesús utiliza entonces la figura de un pastor humano bueno, que hace frente al lobo cuando este aparece, a diferencia del pastor malo o falso que, cuando aparece el lobo, abandona a las ovejas, dejándolas a merced de lobo. Jesús no es cualquier pastor, sino un pastor “bueno”: así como entre los hombres un buen pastor da la vida por sus ovejas, al acompañarlas en su pastoreo y al hacer frente a las bestias salvajes que pretenden devorarlas, así Jesús, el Buen Pastor que es Cristo, da la vida por sus ovejas.
Ahora bien, para entender mejor la figura del Buen Pastor, es necesario hacer una traslación de los elementos presentes en la figura y darles su real y verdadero sentido y significado sobrenatural, porque Jesús utiliza la imagen del Buen Pastor para graficar, como dijimos, una realidad sobrenatural, la realidad de su misterio pascual de muerte y resurrección.
El Buen Pastor es Jesús; el rebaño es la humanidad redimida, que ha recibido el bautismo y ha entrado en el redil de las ovejas, la Iglesia Católica; las “otras ovejas”, son los hombres que todavía no han recibido el bautismo, pero que están llamados a recibirlo; el cayado del buen pastor es la cruz; el lobo es el demonio; el aprisco al que baja el buen pastor es esta tierra, porque Jesús baja del cielo a la tierra por la Encarnación; la oveja herida es la humanidad caída por el pecado original; el aceite con el que el buen pastor cura a su oveja, es la gracia santificante.
Jesús es entonces el Buen Pastor, porque obra como el buen pastor que literalmente da la vida por sus ovejas: así como el buen pastor, cuando ve que llega el lobo, no las deja a estas abandonadas, sino que le hace frente al lobo y lo ahuyenta a riesgo de su propia vida, así hace Jesucristo, que desde la cruz, enfrenta y derrota al Lobo Infernal, el demonio, ofrendando su vida al Padre, salvándonos de las acechanzas del Lobo infernal y evitando nuestra eterna condenación.
Jesús da la vida por sus ovejas, no solo salvándolas de las dentelladas del Lobo infernal, sino acudiendo en su auxilio cuando alguna de sus ovejas, extraviada, cae por el barranco. Al igual que un buen pastor humano, que si una oveja, desviándose por el camino, se resbala y cae por la ladera, fracturándose los huesos y quedando malherida en el fondo del barranco, no duda en arriesgar su vida y descender por la ladera del barranco por más empinada que sea, apoyándose en su cayado para acudir en su auxilio y vendarla, aplicándole aceite en sus heridas para luego cargarla sobre sus hombros y llevarla segura al redil, así Jesucristo, Buen Pastor, desciende desde el cielo, hasta el fondo barranco de esta tierra -que eso es la Encarnación-, y desciende con el cayado de la cruz, para curar al hombre, que ha caído del Paraíso, desbarrancándose por el pecado original -quedando herido de muerte-, lo cura con el aceite de su gracia santificante, le da a beber de su Sangre, lo carga sobre sus hombros, y lo conduce seguro, hacia el redil, hacia el Reino de los cielos.
“Yo Soy el Buen Pastor”. Cristo en la Eucaristía es el Buen Pastor que nos alimenta a nosotros, sus ovejas, con el pasto verde de su Cuerpo glorioso y con el agua fresca de su gracia santificante; Él en la Eucaristía es el Buen Pastor que nos da su Vida, su vida de Pastor resucitado, que es la Vida Eterna, la Vida misma de Dios Uno y Trino, y a Él, nuestro Buen Pastor resucitado, le clamamos como Iglesia: “Tú, que eres nuestro Buen Pastor resucitado, ten piedad de nosotros”[1].





[1] Cfr. Misal Romano, Acto penitencial para el Tiempo Pascual.

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