viernes, 22 de mayo de 2015

Solemnidad de Pentecostés


 (Ciclo B – 2015)

         Jesús envía el Espíritu Santo sobre su Iglesia: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20, 19-23). Jesús envía el Espíritu como soplo y por el Espíritu Santo, viene la alegría: “Los discípulos se llenaron de alegría”; por el Espíritu viene la paz: “La paz esté con ustedes” y el perdón de los pecados: “a los que perdonen los pecados, les quedarán perdonados”. Pero además, el Espíritu Santo que envía Jesús, viene sobre la Iglesia y sobre las almas como “Viento” y como “Fuego”: “(…) estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (cfr. Hch 2, 1-11).
¿Qué hace el Espíritu Santo, luego de Pentecostés, en la Iglesia? ¿Por qué viene como Viento y como Fuego?
Para entender qué hace el Espíritu Santo en la Iglesia, en nuestras almas y en nuestros corazones, tenemos que saber que nuestras almas y nuestros corazones son como un carbón, es decir, podemos representar nuestra humanidad como si fuera un carbón, y sobre ese carbón, actuará el Espíritu Santo, como Fuego y como Viento, soplando sobre nuestros corazones, convirtiéndolos en carbones ardientes que arden con el Fuego del Divino Amor. En Pentecostés, el Espíritu Santo viene como Fuego, y así como el fuego enciende al carbón y lo transforma, de carbón negro y frío en brasa roja, ardiente y encendida y en llama viva similar al fuego, así el Espíritu Santo transforma el corazón en brasa que arde en Fuego de Amor Vivo; el Espíritu Santo viene como Viento en Pentecostés y atiza el corazón encendido, así como el viento atiza la brasa encendida y la vuelve más incandescendente, así el Espíritu Santo, como Viento soplado por Jesús en Pentecostés, sopla sobre el corazón encendido en el Amor de Dios y lo enciende todavía más en el Divino Amor, haciendo que arda más y más por el Divino Amor. El Espíritu Santo viene como Fuego y como Viento y atiza el corazón, que es el carbón encendido; el Fuego enciende el carbón y el Viento lo atiza y lo aviva cada vez más en el Divino Amor.
Pero el Espíritu Santo, enviado por Jesús en Pentecostés, opera también en toda la Iglesia, actuando como Alma de la Iglesia, dándole vida al Cuerpo Místico que es la Iglesia, así como el alma da vida al cuerpo del hombre. Otra función que ejerce el Espíritu Santo es la de ser Maestro, además de ejercer la función mnemónica, de memoria, porque nos enseñará sobre Jesús y nos recordará la Verdad de Jesús: "el Espíritu les enseñará y les recordará todo lo que les he dicho" (Jn 14, 26); el Espíritu Santo nos habla de Jesús: "les hablará de Mí" (Jn 16, 13). La función magistral  mnemónica del Espíritu Santo es la de hacernos saber y recordar lo que es Jesús y todo lo que hizo Jesús, principalmente sus milagros, que demuestran su divinidad: resucitó muertos, expulsó demonios, dio vista a los ciegos, el habla a los mudos, multiplicó panes y peces. El Espíritu de Dios nos hará saber que todos esos milagros los hizo Jesús porque era Dios, porque esos milagros no los podía hacer un hombre común, sino solamente Dios, y que por eso Jesús era Dios y esto es sumamente importante para nuestra fe católica y eucarística, porque si Jesús es Dios, entonces la Eucaristía es el mismo Jesús, Dios Encarnado, que continúa su Encarnación y la prolonga en la Eucaristía y es la razón por la cual debemos adorar a la Eucaristía, que es Jesús, Dios encarnado y glorificado, oculto en apariencia de pan. El Espíritu Santo entonces tiene una función mnemónica, de memoria, de recuerdo de lo que hizo Jesús y de que lo que hizo Jesús, lo hizo porque era Dios, y si Jesús era Dios, entonces la Eucaristía es ese mismo Jesús, que es Dios.
El Espíritu Santo nos recuerda también que Jesús murió el Viernes Santo y resucitó el Domingo, pero además, nos enseña que ese misterio pascual se renueva y actualiza, por el misterio de la liturgia eucarística, en la Santa Misa, porque por la Santa Misa, se renueva el Santo Sacrificio de la Cruz del Viernes Santo y se renueva y actualiza su resurrección, la Resurrección del Domingo de Resurrección, porque lo que comulgamos es su Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía, el mismo Cuerpo que resucitó el Domingo de Resurrección.
Otra función que ejerce el Espíritu Santo enviado por Jesús en Pentecostés es la de santificar nuestras almas, borrando el pecado original, concediéndonos la filiación divina, convirtiéndonos así en hijos adoptivos de Dios, lo cual quiere decir, en seres más grandes que los ángeles más grandes, porque recibimos la misma filiación divina, con la cual Jesús es Hijo de Dios desde toda la eternidad; por el Espíritu Santo, somos hechos hijos de Dios, hijos del Dios Altísimo.
Otra función que hace el Espíritu Santo es la de consagrar nuestras almas y nuestros cuerpos, convirtiéndolos en templos suyos, en donde inhabita Él, y si nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, nuestros corazones son altares en donde se adora a Jesús Eucaristía.
Por último, Jesús envía el Espíritu Santo para que los cristianos seamos “uno en el Amor, como Él y el Padre son uno en el Amor”, en el Espíritu Santo: “Que sean uno, como nosotros somos uno (…) para que el Amor con que me amaste esté en ellos” (cfr. Jn 17, 20-26). Esta petición la hace Jesús al Padre en la Última Cena, cuando pide por la unión en el Espíritu de Amor no solo por quienes asistían en ese momento a la Última Cena, sino por todas las generaciones de la Iglesia, por todo su Cuerpo Místico, es decir, por ellos y por nosotros, por los quedamos en el mundo, hasta que Él vuelva, hasta el fin de los tiempos. Cuando Jesús ora al Padre, ora pidiendo la unidad: “Que sean uno”, pero la unión que pide es una unión del todo particular, debido a que será “como la que existe entre Él y el Padre”: “como nosotros somos uno”, y Jesús y el Padre son uno en el Espíritu, puesto que “Dios es Espíritu” (Jn 4, 24). Puesto que Dios es “Espíritu Puro”, de las Tres Personas que hay en la Trinidad, le corresponde el nombre de “Espíritu” a la Tercera, a la Persona-Amor, porque es la Persona-Amor, la “expresión y el sello de la unidad espiritual entre el Padre y el Hijo” ; en otras palabras, la unión espiritual en Dios, entre el Padre y el Hijo, es en el Amor, en la Persona-Amor, en el Espíritu Santo, que es el sello de Amor del Padre y del Hijo. La unión que existe entre el Padre y el Hijo es la unión en el Espíritu Santo, en el Amor, porque el Espíritu Santo es la emanación del Amor recíproco del Padre y del Hijo; el Espíritu Santo es el Amor Santo, Puro, Perfecto, en Acto de Ser Puro, que Dios Padre y Dios Hijo se tienen mutuamente, desde la eternidad; es el Amor, el que une al Padre en el Hijo y al Hijo en el Padre, en el Espíritu, y es en ese Espíritu, en el que Jesús quiere que sus discípulos estemos unidos: “Que sean uno, como nosotros somos uno (…) para que el Amor con que me amaste esté en ellos”.
“Que sean uno, como nosotros somos uno (…) para que el Amor con que me amaste esté en ellos”. Jesús pide que como Iglesia seamos uno, pero esa unión que debe existir entre los miembros de su Iglesia, no puede ser  otra que la misma unión espiritual, en el Espíritu de Amor, la misma que existe entre el Padre y el Hijo desde la eternidad; es la unión que se da en el Espíritu y por el Espíritu Santo entre el Padre y el Hijo, y es para eso que Jesús envía el Espíritu Santo en Pentecostés, para que los cristianos, que formamos su Cuerpo Místico, seamos unidos por su Espíritu en su Cuerpo y formemos una unidad en el Amor.
“Que sean uno, como nosotros somos uno (…) para que el Amor con que me amaste esté en ellos”. La unidad que Jesús pide al Padre, se realiza de modo perfecto por medio de la Eucaristía, porque todos los que comulgan la Eucaristía, reciben la efusión del Espíritu por Jesús, y es por eso que cada comunión eucarística es un "mini-Pentecostés", o un "micro-Pentecostés", porque Jesús sopla su Espíritu sobre el alma que comulga –cumpliéndose el pedido de Jesús: “el Amor con que me amaste, el Espíritu Santo, esté en ellos”-, y así son unidos los cristianos en el Amor al Padre, al recibir el Cuerpo Sacramentado de Jesús.
Para esto envía entonces Jesús al Espíritu Santo en Pentecostés, para que, por la Eucaristía, los cristianos vivamos unidos en el Amor de Dios.

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