viernes, 15 de mayo de 2015

“Vayan, anuncien la Buena Noticia, el que crea, se salvará, el que no crea, se condenará"


(Solemnidad de la Ascensión del Señor - Ciclo B - 2015)

         “Vayan, anuncien la Buena Noticia (…) el que crea, se salvará, el que no crea, se condenará (…) El Señor fue llevado al cielo (…) Ellos fueron a predicar (…) y el Señor los asistía con los milagros” (cfr. Mc 16, 15-20). Jesús resucita, y antes de ascender al cielo, encomienda a su Iglesia la tarea de difundir el Evangelio por todo el mundo, por todos confines de la tierra, prometiendo su asistencia con signos y prodigios. La Ascensión de Jesús es el anticipo de lo que habrá de suceder al resto de la Iglesia, por cuanto Jesús es la Cabeza del Cuerpo Místico, que es la Iglesia: así como asciende la Cabeza, que es Jesús, así habrá de ascender el Cuerpo, que es la Iglesia. Pero la condición para que el Cuerpo ascienda al Reino de los cielos, glorioso y resucitado al igual que su Cabeza, es que los integrantes de ese Cuerpo que es la Iglesia, crean, y para que crean, deben tener fe, y para que tengan fe, deben recibir el anuncio, el kerygma, y es por eso que Jesús, antes de ascender, luego de resucitar, encomienda a su Iglesia la misión de anunciar el Evangelio a toda creatura, para que, el que quiera creer, se salve, y el que no quiera creer, no se salve.
         “Vayan, anuncien la Buena Noticia (…) el que crea, se salvará, el que no crea, se condenará”. Todos y cada uno de nosotros, en cuanto bautizados, hemos recibido el mandato misionero de parte de Jesús, muerto y resucitado; todos y cada uno de nosotros, laicos o religiosos, somos misioneros en nuestros puestos de vida, de familia, de trabajo, de estudio, según nuestro estado de vida, y todos estamos llamados a difundir el Evangelio, según nuestras posibilidades, aunque el medio más eficaz de difusión sigue siendo, como lo fue siempre, la santidad de vida, y no tanto las homilías y los sermones.
“Vayan, anuncien la Buena Noticia”.  Todos tenemos la obligación ineludible de anunciar el kerygma, la Buena Noticia de que Jesús ha muerto y resucitado, tal como lo hicieron los primeros discípulos, porque esa es la misión de la Iglesia desde el inicio, pero no podemos simplemente anunciar que Jesús ha resucitado, que ha dejado vacío el sepulcro, porque ha resucitado el Domingo de Resurrección: debemos anunciar que ha resucitado, que ha desocupado y ha dejado vacío el sepulcro el Domingo de Resurrección, que ya no está más con su cuerpo muerto, tendido y sin vida en el sepulcro, porque está vivo y glorioso, resucitado, ocupando un lugar el sagrario, con su Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía; la Buena Noticia que tenemos que anunciar es que ha desocupado el sepulcro con su cuerpo muerto y frío, para ocupar el sagrario y el altar eucarístico con su Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía; ésa es la “Buena Noticia” que Jesús nos encomienda, como Iglesia, antes de su Ascensión a los cielos: “Vayan, anuncien la Buena Noticia”.
Pero no es solo eso. No basta con anunciar que ha resucitado. No basta con anunciar que está en la Eucaristía. Jesús resucitado, desde la Eucaristía, nos comunica su Espíritu Santo, su Espíritu de Amor, en cada comunión eucarística, para encender nuestros corazones en su Amor, porque la Eucaristía es el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, envuelto en las llamas del Amor Divino. Es por eso que los santos, crecían en el Amor de Dios con cada comunión eucarística. Es por eso que Imelda Lambertini, la niña que es Patrona de los niños de Primera Comunión, murió de éxtasis de amor místico con su Primera Comunión, porque recibió tanto amor de parte de Jesús Eucaristía, que no pudo soportarlo y murió, pasando directamente al cielo. Para los santos, el anuncio de la Buena Noticia comenzaba con la unión en el Amor con Jesús Eucaristía, y luego consistía en dar de ese Amor recibido en la comunión eucarística, a sus prójimos, por medio de actos cotidianos de paciencia, de bondad, de misericordia, de amor. Es tan inmensamente grande el Amor que se recibe en cada comunión eucarística, que no puede el cristiano no dar aunque sea mínimamente una pequeñísima parte de ese amor recibido en la comunión a sus hermanos, y en eso consiste el anuncio de la Buena Noticia.

Sin embargo, mal podemos anunciar el kerygma a nuestros hermanos, si no nos dejamos transformar por el Espíritu que nos es donado en cada comunión eucarística; no podemos anunciar la Buena Noticia, tal como nos pide Jesús, de que Él ha muerto, ha resucitado, y está vivo y glorioso, en la Eucaristía, si no somos capaces de dejarnos transformar por el Espíritu Santo que nos dona en cada comunión eucarística, porque así no somos, de ninguna manera, testigos creíbles, sino testigos de dudosa credibilidad. Para comenzar a cumplir el mandato misionero de Jesús, de anunciar la “Buena Noticia” de que Jesús está vivo y resucitado en la Eucaristía, tenemos que comenzar por dejar que nuestros corazones sean abrasados por el Fuego de Amor Vivo que abrasa al Corazón Eucarístico de Jesús. Que la Virgen de la Eucaristía convierta a nuestros corazones, duros y fríos, la mayoría de las veces, como una roca, en hierba seca, para que al contacto con las llamas del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, ardan al instante y se consuman en las Llamas del Amor del Espíritu Santo, y así permanezcan, como zarzas ardientes vivientes, en el tiempo y en la eternidad.

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