jueves, 17 de diciembre de 2015

“¿Quién soy yo, para que la Madre de mi Señor, venga a visitarme?”


(Domingo IV - TA - Ciclo C - 2015 – 16)

“¿Quién soy yo, para que la Madre de mi Señor, venga a visitarme?” (Lc 1, 39-45). Cuando la Virgen se entera de que su prima Santa Isabel ha quedado encinta y necesita ayuda, se pone en camino “inmediatamente”, para ir a socorrer a su prima. Además de darnos ejemplo de misericordia heroica para con los más necesitados, porque la Virgen acude a ayudar a su prima encinta -estando Ella misma encinta, afrontando los riesgos de un viaje largo y riesgoso-, en la Visitación de la Virgen a Santa Isabel hay numerosos signos sobrenaturales que indican que la Visitación trasciende absolutamente los límites de la caridad fraterna, cuyo ejemplo heroico nos da María, ubicándose de lleno en el designio divino de salvación. En efecto, en la Visitación de la Virgen interviene, ante todo, el Espíritu Santo, que es quien ilumina tanto a Santa Isabel como al Bautista, que está en el vientre de su madre. La Presencia del Espíritu Santo, con la llegada de María, se puede determinar en los siguientes hechos: en cuanto a Santa Isabel, es el mismo Evangelio el que revela que Isabel está “llena del Espíritu Santo”: “Apenas esta (Santa Isabel) oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó…”.
La reacción de Santa Isabel ante el saludo de María, no corresponden a los habituales saludos familiares de quienes no se ven desde hace tiempo: no saluda a María como a su prima, como debería ser, sino como la “Madre de mi Señor”, es decir, reconoce a la Virgen como a la Madre de Dios y al Niño que lleva María como a su “Señor”, es decir, como a su Dios y esto se debe a que está “llena del Espíritu Santo”, porque se trata de conocimientos que superan absolutamente la razón humana y de ninguna manera podría tenerlos Isabel, sino fuera porque está asistida por el Espíritu Santo.
Pero también el niño, Juan Bautista, que está en el vientre de Isabel, demuestra estar “lleno del Espíritu Santo”, porque “salta de alegría” en el seno de Isabel por la llegada del Mesías: es un conocimiento sobrenatural, dado por el Espíritu Santo, y es también una alegría sobrenatural, porque se alegra por la llegada del Mesías, no porque es su primo.
Pero la Presencia del Espíritu Santo, además del conocimiento y de la alegría sobrenaturales demostrados por Isabel y el Bautista, se comprueba en una virtud, que es el sello distintivo de quienes pertenecen a Dios, y es la humildad, que lleva a Santa Isabel a no considerarse digna de ser visitada por la Virgen: “¿Quién soy yo, para que la Madre de mi Señor, venga a visitarme?”.
Como podemos ver en la escena de la Visitación, no hay nada mejor que pueda sucederle a un alma, que el ser visitada por María Santísima, puesto que la Llegada de la Virgen es siempre causa de alegría: trae a Jesús con Ella y Jesús, que es Dios, trae su Amor, el Amor de Dios, el Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo.
La escena de la Visitación, por lo tanto, nos enseña cómo prepararnos espiritualmente para Navidad: con la humildad de Santa Isabel -mucho más que Isabel, que era santa porque "llena del Espíritu Santo", debemos decir nosotros, que somos "nada más pecado": "¿Quién soy yo, para que la Madre de mi Señor, venga a visitarme?"- e implorando la asistencia del Espíritu Santo, porque es la Virgen, encinta y a punto de dar a luz, la que nos visitará para Navidad para dar a luz a su Niño Dios en nuestros corazones. Que por intercesión de Santa Isabel, sea la Virgen en persona la que disponga nuestros corazones para que la recibamos a Ella, que nos trae a su Hijo Jesús y, con Él, el Amor de Dios.


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