miércoles, 6 de enero de 2016

Infraoctava de Navidad - 5 El Portal



         Luego de pedir infructuosamente asilo en las ricas posadas de Belén (cfr. Lc 2, 1-7), San José y María Santísima, ya a punto de dar a luz al Verbo Eterno de Dios, deben dirigirse a las afueras del poblado, en donde finalmente encuentran un pobre refugio de animales. Las mesones de Belén, llenos de gente que ríe, canta y baila despreocupadamente, abrigadas con el calor de las chimeneas, no tienen lugar para Dios, que viene a este mundo como un Niño indefenso y necesitado de todo. Las posadas -ricas, luminosas, colmadas de personas que ríen a carcajadas, que comen y beben sin pensar en Dios y sin temor de Dios-, representan a las almas mundanas que, henchidas de soberbia e inmersas en el ruido y en el falso atractivo del mundo, sus brillos, sus luces y sus fastos, no tienen tiempo para dedicar a Dios, ni lugar en sus oscuros corazones para amarlo y tampoco tienen tiempo para dedicarle, porque todo su amor, toda su atención, todas sus metas, están en el mundo y sólo en el mundo. Por el contrario, el Portal de Belén, pobre, frío, oscuro, incluso maloliente, por ser refugio de animales -que a diferencia de las ricas posadas de Belén, sí tiene lugar para recibir al Niño Dios que está por nacer y que viene en el seno de la Virgen-, representa a los corazones de los hombres humildes que, sabiéndose indignos de toda indignidad, porque no tienen amor de Dios, o es muy escaso; sabiéndose pobres, porque no tienen en sí la riqueza de la vida de Dios; reconociendo en sí mismos la debilidad, al experimentar las fuerzas de las pasiones sin el control de la razón ni de la gracia -las cuales están representadas en las bestias irracionales, el buey y el asno del Pesebre-; conociendo la propia oscuridad y frialdad de sus corazones, que no poseen la luz del Amor de Dios, sin embargo –o más bien, a causa de esto-, sí tienen lugar para alojar, primero a la Madre de Dios que trae al Niño y luego a Dios que nace como Niño. Entonces, tener un corazón pobre, oscuro y frío, que a imitación del Portal de Belén, desea que Dios habite en él, es ya un signo de la presencia de Aquella que trae al Niño Dios en su seno, la Virgen María. Y cuando llega María, llega Jesús, y así como el Portal de Belén, oscuro y frío, se iluminó con la luz de la gloria del Niño de Belén cuando este nació, así el corazón, por más pobre y oscuro que sea, se ve colmado con el resplandor de la Luz Eterna, Cristo Dios, que nace en él, cuando llega la Madre de Dios.  

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