martes, 29 de marzo de 2016

Lunes de la Octava de Pascua


“Alegraos” (Mt 28, 8-15). La primera palabra que Jesús resucitado dice a las santas mujeres de Jerusalén contiene, ante todo, un mandamiento: “Alegraos”. Puesto que lo que dice a las santas mujeres lo dice a toda la Iglesia, lo que Jesús nos manda, positivamente, es a alegrarnos: “Alegraos”. Ahora bien, ¿de qué alegría se  trata? ¿Es una alegría que nace de nosotros mismos? ¿Es la alegría del mundo? ¿O se trata, por el contrario, de una alegría desconocida para el hombre? La respuesta se encamina más bien hacia la tercera posibilidad, puesto que la alegría que manda Jesús no es la mera alegría que nace del corazón del hombre; no es una alegría basada en la naturaleza humana; no es una alegría que se pueda impostar; no es una alegría meramente humana, basada en aquello que la mente y la razón humanas pueden descubrir con sus elucubraciones. Es decir, no se trata de una alegría que pueda nacer del corazón humano; no es una alegría que pueda ser producida por las fuerzas de la naturaleza humana. Mucho menos se trata de una alegría mundana, la alegría que surge de las cosas del mundo, tomado este en sentido del espíritu que es opuesto a Dios, es decir, de todo aquello que es malo, como la concupiscencia de la vida o las tentaciones consentidas. Se trata, como afirmábamos anteriormente, de una alegría desconocida para el hombre, porque es la alegría de la Resurrección, y esa alegría viene no solo por el hecho en sí mismo de la Resurrección, sino porque Jesús resucitado comunica al alma, con la gracia, la participación a su vida divina y al hacerlo, le comunica de su misma alegría, una alegría que brota del Ser divino trinitario como de su fuente inagotable, puesto que “Dios es Alegría infinita”, como dice Santa Teresa de los Andes. Entonces, el mandato de Jesús –“Alegraos”- no consiste en una alegría impostada, superficial, originada ni en el alma y sus potencias y ni mucho menos en el mundo, sino que se trata de una alegría que es la alegría misma de Dios; el “Alegraos” de Jesús, es entonces consecuencia de la Presencia de Dios Trino en el alma por la gracia, y puesto que Dios es en sí mismo “Alegría infinita”, eterna, celestial, la alegría que nos comunica Jesús resucitado es al mismo tiempo la alegría que experimentan los ángeles y santos en el cielo.

“Alegraos”, nos dice Jesús resucitado, al tiempo que nos comunica el don de la Alegría de la Resurrección y la Alegría que es Él en sí mismo y esta alegría, que brota de su Ser divino trinitario, la que el alma comienza a experimentar y a vivir, ya en el tiempo, como un anticipo de la Alegría que vivirá en la eternidad, en el Reino de los cielos.

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