martes, 1 de marzo de 2016

“Ningún profeta es bien recibido en su tierra”


“Ningún profeta es bien recibido en su tierra” (Lc 4,24-30). Debido a que Jesús es Dios Hijo encarnado, sabe con absoluta precisión lo que sucederá en el futuro –en su Ser eterno, toda la historia de la humanidad está ante sus ojos, como en un eterno presente-, les profetiza a los asistentes de la sinagoga qué es lo que harán con Él cuando termine su enseñanza: “Ningún profeta es bien recibido en su tierra”. En efecto, cuando Jesús finalice su intervención en la sinagoga, todos sus concurrentes -“enfurecidos”, dice el Evangelio-, intentarán nada menos que quitarle la vida, llevándolo fuera hasta el borde del precipicio para despeñarlo, aunque no lo conseguirán.
Ahora bien, ¿qué es lo que les dice Jesús, que motiva tanta furia? Jesús les trae a la memoria dos ejemplos de favores divinos realizados a paganos y no a miembros del Pueblo Elegido: el del profeta Elías, enviado a una viuda de Sarepta, y el del profeta Eliseo, a través del cual recibe la curación de su lepra Naamán el sirio. La razón por la cual estos paganos reciben el favor divino radica en la disposición de sus corazones para recibir a los enviados, por un lado y, por otro, en la posesión y práctica de virtudes que hacen a la esencia de la religión. La viuda de Sarepta demuestra poseer un corazón misericordioso para con el prójimo, pues da al profeta de lo que tiene para su subsistencia, y con esto realiza la obra de misericordia que dice: “Dar refugio al peregrino”; a su vez, el sirio Naamán demuestra, además de fe en el verdadero Dios –paradójicamente, a pesar de ser pagano-, el don de la piedad y el temor hacia Dios, pues obedece –aunque es cierto que, al menos al inicio, con algo de reticencia- las indicaciones de Eliseo de sumergirse en el río siete veces para obtener su curación. En definitiva, ambos paganos, la viuda de Sarepta y Naamán el sirio demuestran amor al prójimo y amor a Dios, respectivamente, y así cumplen el primer Mandamiento de la Ley de Dios, el más importante de toda la ley y el que resume y concentra toda la Ley: “Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”. Y puesto que el que verdaderamente ama a Dios y al prójimo es también justo, hacen sus almas semejantes a Dios al poseer caridad y justicia, con lo cual Dios se complace en sus almas al ver que en ellas hay una semejanza de Sí mismo, que es Amor Eterno y Justicia infinita, con lo cual les concede su favor. Jesús les hace ver a los asistentes de la sinagoga que lo vale el favor de Dios a un alma, no es la mera pertenencia al Pueblo Elegido, sino ante todo que esa alma sea una imagen suya, es decir, que sea justa y caritativa. Al enfurecerse contra Jesús por sus palabras, los asistentes a la sinagoga sólo confirman lo que Jesús les estaba diciendo. Puesto que los bautizados en la Iglesia Católica formamos el Nuevo Pueblo Elegido, debemos tomar la enseñanza de Jesús como dirigida directamente a nosotros, por lo que necesitamos ejercitarnos en la misericordia y la piedad, si es que queremos recibir el favor de Dios.


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