jueves, 24 de marzo de 2016

Viernes Santo



(Ciclo C - 2016)

         El Viernes Santo, día de la muerte del Señor Jesús en la cruz, es el día más oscuro, más triste y más doloroso para la Iglesia Católica, porque es el día en el que las fuerzas de las tinieblas parecen haber prevalecido sobre ella, al dar muerte a su fundador. Sin Jesucristo, el Hombre-Dios, el ser humano está perdido, porque queda a merced de sus tres grandes enemigos: el Demonio, el pecado y la muerte; tres enemigos mortales que sólo buscan su destrucción, su ruina y su eterno dolor. Jesús, el Sumo y Eterno Sacerdote, muere en la cruz, y si los hombres, enceguecidos por el pecado, no pueden darse cuenta de que han matado a Dios Hijo encarnado, la naturaleza y el universo entero sí, y es por eso que, al morir Jesús, se produjo un eclipse del sol que “cubrió toda la tierra” (cfr. Mt 27, 45). Estas tinieblas cósmicas, que sobrevienen sobre toda la tierra al morir Jesús, son solo una figura, pálida, de otras tinieblas, mucho más densas y siniestras, porque son tinieblas vivientes, los ángeles caídos, que se abalanzan sobre los hombres a quienes ya nadie protege, porque ha muerto en cruz el Único que podía derrotarlos, Jesucristo, el Cordero de Dios. El Viernes Santo se eclipsó el sol cosmológico, el astro sol, cubriéndose la tierra de tinieblas, pero esas tinieblas son igual a nada, comparadas con las tinieblas vivientes, los ángeles apóstatas, y las tinieblas que significan el pecado y la muerte. Al morir Jesús en la Cruz, se abate sobre la humanidad el más completo terror, porque el Sumo y Eterno Sacerdote, Aquel que tenía el poder de Dios, porque era Dios, para vencer para siempre a los enemigos del hombre, ya no vive más, porque está muerto, con su Cuerpo sin vida, colgado sobre la cruz.
La Iglesia expresa este momento de triunfo aparente de las tinieblas sobre ella, con la ceremonia del Viernes Santo: por una lado, la postración del sacerdote ministerial, indica que el sacerdote, sin Cristo, cae por tierra, porque si el sacerdote tiene poder para convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Cordero, es porque participa del poder sacerdotal del Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo, pero ahora, en el Viernes Santo, el Sumo y Eterno Sacerdote ha muerto, por lo que el sacerdote ministerial queda reducido a la nada, ya que por sí mismo no puede, de ninguna manera, obrar el milagro de la Transubstanciación. La postración por tierra del sacerdote ministerial significa, por lo tanto, el momento más dramático para la Iglesia Peregrina, porque su Señor ha muerto en la cruz y ya no está, y sus enemigos parecen haber triunfado sobre ella.
El otro signo dramático con el que la Iglesia llora y lamenta la muerte de su Señor, a la par que advierte al mundo de la catástrofe espiritual que eso significa, es el hecho de que en este día, es el único en todo el año en el que no se celebra la Santa Misa, por el motivo de que el sacerdote ministerial, sin la participación al poder sacerdotal de Jesucristo, no tiene poder en sí mismo para convertir el pan y el vino en la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Al no haber Sumo Sacerdote, no hay Misa, no hay Confesión sacramental, no hay sacramentos, no hay sacramentales, y la Voz de la Verdad eterna de Dios parece haber callado, por lo que la confusión reina entre los miembros de la Iglesia. Parece, el Viernes Santo, que la promesa de Jesús: “Las puertas del Infierno no prevalecerán contra mi Iglesia” (Mt 16, 18), no se ha cumplido y jamás podrá cumplirse. Todo parece humanamente perdido, por cuanto parece que hasta el mismo Dios ha sido vencido por las tinieblas, dando así razón a las palabras de Jesús al ser detenido: “Esta es la hora de las tinieblas” (cfr. Lc 22, 53).
La muerte de Cristo en la cruz nos tiene que hacer tomar conciencia, por lo tanto, acerca del poder del pecado, un poder tan grande, que es capaz de llegar al deicidio.
En el Viernes Santo, todo en la Iglesia es luto, dolor, tristeza, silencio, porque su Dueño y Señor, el Sumo y Eterno Sacerdote, el Cordero de Dios, el Hijo de Dios encarnado, el que venía a “deshacer las obras de Satanás” (cfr. 1 Jn 3, 8), ha muerto en cruz.
Pero hay alguien que da una esperanza a la Iglesia toda en medio del dolor y es la Virgen, Nuestra Señora de los Dolores, que está de pie, al lado de la cruz; a pesar de que a la Virgen le parece que muere en vida, porque ha muerto la Vida de su Corazón, la Virgen tiene esperanza porque confía en las palabras de su Hijo, que había dicho que al tercer día resucitaría, y es por eso  que, si bien su Inmaculado Corazón está triturado por el dolor, desde lo más profundo de su Corazón Purísimo, la Virgen conserva la esperanza, la serenidad e incluso hasta la alegría, porque sabe, con toda certeza, que su Hijo es Dios y que Él, cumpliendo su Palabra, vencerá a la muerte, al Demonio y al pecado, al surgir triunfante, glorioso y resucitado del sepulcro.

Pero mientras tanto, hasta que se cumpla el tiempo fijado para la Resurrección, la Virgen llora por la muerte del Hijo de su Amor, y también la Iglesia llora y hace duelo con María, al pie de la cruz, porque ha muerto el Redentor. 

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