jueves, 21 de abril de 2016

“El que me recibe, recibe al que me envió”


“El que me recibe, recibe al que me envió” (Jn 14,1-6). Jesús continúa revelando la identidad entre Él y su Padre: verlo a Él, es “ver al Padre” (cfr. Jn 14, 9); nadie va al Padre, “si el Hijo no lo conduce” (cfr. Jn 14, 6); ahora, revela que recibir a Él, es “recibir al que lo envió”, es decir, al Padre. Esto tiene una profunda consecuencia en la doctrina y en la espiritualidad eucarística, porque si Jesús es Dios Hijo encarnado, Él prolonga su Encarnación en la Eucaristía; por lo tanto, estar frente a la Eucaristía y adorar la Eucaristía, es estar frente a Dios Hijo en Persona y adorar a Dios Hijo en Persona, que se encuentra frente a nosotros glorioso y resucitado, tal como está en el cielo, sólo que oculto bajo apariencia de pan. Por otro lado, si ver a Jesús, Dios Hijo, es ver a Dios Padre –porque hay entre ambos identidad de naturaleza y substancia y porque el Hijo es la Sabiduría del Padre-, entonces contemplar el misterio de Jesús en la Eucaristía es contemplar el misterio de Dios Padre, que es Quien envía a su Hijo Dios a encarnarse y a prolongar su encarnación en la Eucaristía; también quiere decir que si nadie va al Padre si no lo conduce al Hijo –y el Hijo conduce al Padre en el Espíritu Santo-, entonces, adorar la Eucaristía, que es adorar al Hijo, es entonces también adorar al Padre y ser conducidos al Padre por el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Finalmente, si recibir a Jesucristo es recibir “al que lo envió”, es decir, al Padre, entonces, recibir la Eucaristía, que es Jesucristo en Persona, es recibir al Padre y es, también, recibir al Amor del Padre y el Hijo, el Espíritu Santo. Jesús revela, así, la doctrina de la inhabitación trinitaria, una maravillosísima realidad sobrenatural para el alma que comulga en gracia, la cual se convierte, así, por la comunión eucarística, en templo de la Santísima Trinidad.

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