viernes, 27 de mayo de 2016

“No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado”


“No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado” (Mc 11, 11-26). Jesús expulsa a los mercaderes del templo, movido por una más que justa indignación e ira, y lo hace de modo intempestivo: “Jesús entró en el Templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en él. Derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas, y prohibió que transportaran cargas por el Templo”. La razón de su ira santa queda expuesta en sus propias palabras: “¿Acaso no está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones”. Y en el Evangelio de Juan dice: “Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado” (2, 13-25). Con su actitud y sus palabras, Jesús revela que Él es el Hijo de Dios, pues lo llama “mi Padre”, y es Dios como el Padre, puesto que llama al templo “mi Casa” y “Casa de mi Padre”. Queda así revelada su condición divina y la razón que justifica ampliamente su ira: a la Casa de Dios se va a orar, pero la han convertido en “mercado”, lo cual, además de constituir la compra-venta una acción extemporánea, por cuanto está fuera de lugar, ya que no es el lugar indicado para hacerlo, ofende a Dios porque expresa, en quien lo hace, la primacía del dinero por encima del amor debido a Dios.
Jesús actúa, por lo tanto, con toda justicia, desalojando a quienes, a sabiendas, han profanado “su Casa” y “Casa de su Padre”. Pero además del hecho real con su significación directa, hay un sentido figurado, puesto que cada elemento de la escena evangélica corresponde a una realidad sobrenatural: el templo representa el cuerpo y el alma del cristiano que, por la gracia, se convierte en “templo de Dios” y que, por el pecado, desplaza a Dios de su altar, el corazón, para entronizar algún ídolo, sea el dinero o algún amor profano y mundano; los animales irracionales –con la falta de higiene y la irracionalidad- representan, a su vez, a las pasiones que, sin el control de la razón y de la gracia, contribuyen a profanar el cuerpo y el alma del cristiano, “templo de Dios”; los cambistas con sus mesas de dinero, por último, representan a los cristianos que, seducidos por los bienes materiales, desplazan a Dios de sus corazones, emplazando en su lugar al dinero y sirviendo a Satanás, su dueño.

“No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado”. La advertencia de Jesús no es solo para los fariseos, sino sobre todo para nosotros. Estemos atentos, entonces, para no profanar el cuerpo y el alma, puesto que desde el Bautismo, han sido convertidos en templos de Dios, en donde inhabita el Espíritu Santo y en cuyo altar, que es el corazón, sólo debe ser adorado Jesús Eucaristía.

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