miércoles, 31 de agosto de 2016

“No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres”


“No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres” (Lc 5, 1-11). En este Evangelio se relata una de las pescas milagrosas realizadas por Jesús. Notemos el siguiente detalle: Pedro y los demás pescadores han estado tratando de pescar, infructuosamente, toda la noche, pero cuando Jesús se lo ordena, sacan una gran cantidad de peces. ¿Qué significa este milagro? Para saberlo, tengamos en cuenta que, al igual que sucede con las parábolas, en este caso, también cada elemento del milagro, se refiere a una realidad sobrenatural.
Jesús es el Hombre-Dios y, como tal, sube a la barca de Pedro, es decir, no sube a la otra barca, sino a la de Pedro, porque esta barca es la Iglesia, la barca del Vicario de Cristo, el Papa; el mar representa el mundo y la historia humana; los peces son los hombres; la noche, en la que han pescado infructuosamente, representa a una Iglesia sin Cristo y, al no estar Cristo, Luz del mundo y Luz eterna de Luz eterna, trabaja a oscuras, con las solas fuerzas humanas de sus integrantes, sin lograr ningún fruto, y es por eso que las redes, al final de la noche, están vacías; Jesucristo que sube a la barca de Pedro significa que es Él quien, con su Espíritu, gobierna la Iglesia; el día, iluminado por la luz del sol, y es el tiempo en el que se realiza el milagro, representa la gracia de Jesús, Sol de justicia y Gracia Increada, Fuente de toda gracia participada, por Quien el trabajo apostólico de la Iglesia, que busca salvar las almas, tiene frutos y frutos abundantes.

El milagro nos enseña, por lo tanto, que sin Jesucristo y su Espíritu, todo nuestro trabajo apostólico es en vano, y es esto lo que representa la pesca infructuosa realizada por Pedro y los demás apóstoles; por el contrario, el trabajo apostólico realizado bajo la guía del Hombre-Dios, supera todo cálculo humano. Por último, Pedro y los demás apóstoles se postran ante Jesús luego del milagro, invadidos por el santo temor de Dios, al descubrir, en Jesucristo, a Dios Hijo encarnado: esto representa al alma que, iluminada por el Espíritu Santo, reconoce a Jesús en la Eucaristía y se postra para adorarlo.

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