lunes, 26 de septiembre de 2016

“Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén”



“Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén” (Lc 9, 51-56). El Evangelio destaca la actitud decidida, firme, valiente, de Nuestro Señor Jesucristo: “Jesús se encaminó decididamente a Jerusalén”. Esta actitud de Jesús se valora en toda su dimensión cuando se considera la oración previa que revela la causa por la que se dirige “decididamente” a Jerusalén, y es el haber llegado la Hora de su Pasión: “Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo”, esto es, cuando debía ya, en el tiempo establecido por el Padre, llevar a cumplimiento su misterio pascual de Muerte y Redención, “Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén”. Es decir, Jesús, en cuanto Hombre-Dios, sabía perfectamente qué es lo que habría de sucederle; sabía que sería acusado injustamente y sentenciado a muerte; sabría que sería flagelado y coronado de espinas y luego ajusticiado en el patíbulo de la cruz; sabía que sería abandonado por sus discípulos –los mismos a los que habría de llamar “amigos” en la Última Cena-; sabía que sería traicionado por el “hijo de la perdición”, Judas Iscariote; sabía que sería abandonado por todos, menos por su Madre, la Virgen; sabía que habría de morir de una muerte cruenta y dolorosísima en la cruz, y sin embargo, se encamina “decididamente” hacia Jerusalén. Además de su valentía y fortaleza sobrehumanas, destaca en Jesús el Amor que arde en su Sagrado Corazón, por todos y cada uno de los hombres, porque es por ellos, por todos los hombres de todos los tiempos, por los que se encamina “decididamente” a Jerusalén, para redimirlos y santificarlos mediante su muerte en cruz. Esto quiere decir que Jesús, en su “caminar decidido” hacia Jerusalén, no sólo estaba pensando en cuánto habría Él de sufrir, sino que estaba pensando en todos y cada uno de nosotros, porque era por nosotros, por nuestra salvación individual y personal, de todos y cada uno de los hombres, por quienes decidía sufrir la Pasión. Esto nos hace ver que si la valentía y fortaleza de Jesús son enormes, pues no lo amedrenta el sacrificio de la cruz, inmensamente mayor es su Amor por nosotros, porque es por Amor a nosotros, a cada uno de los hombres, que se decide encaminarse a Jerusalén. Es decir, Jesús no sólo piensa en su Pasión, sino que nos tiene, a todos y cada uno de los hombres, en su Sagrado Corazón, cuando se encamina “decididamente” a Jerusalén. Entonces, esto nos lleva a la siguiente reflexión: si Jesús, pensando en mí y sólo en mí, movido por el Amor infinito y eterno que arde en su Sagrado Corazón, se encaminó “decididamente” a Jerusalén para sufrir su Pasión, Muerte y Resurrección, ¿por qué yo no me dirijo “decididamente” a la Santa Misa, en donde se renueva, en el altar y por el misterio de la liturgia eucarística, de modo incruento, el mismo y único Sacrificio de la Cruz? Jesús se encaminó “decididamente” hacia Jerusalén, para morir por mí en la cruz, ¿y qué hago yo? ¿Me encamino “decididamente” hacia la Santa Misa, renovación incruenta del sacrificio de la cruz, movido por amor a Jesús?  

No hay comentarios:

Publicar un comentario