miércoles, 9 de noviembre de 2016

Fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán



         La Iglesia celebra en este día la dedicación –consagración- de la basílica San Juan de Letrán, construida por el emperador Constantino y considerada “Madre y cabeza de todas las iglesias de la Urbe y del Orbe”, por ser la Catedral del Papa, Vicario de Cristo y Obispo de Roma[1]. Se celebra esta fiesta de la dedicación de la cátedra del Obispo de Roma, en señal de amor y de unidad para con la cátedra de Pedro -que, como escribió san Ignacio de Antioquía, “preside a todos los congregados en la caridad”[2]-, con lo que afirmamos nuestra unidad como católicos romanos, al tiempo que proclamamos el primado del Papa sobre los demás obispos[3].
         Ahora bien, podemos preguntarnos: ¿hay alguna otra razón por la cual la Iglesia Católica celebra y hace fiesta por un edificio? Para conocer la respuesta, debemos tener en cuenta el significado simbólico del Templo dedicado al Señor, es decir, que representa -el templo material-, al cuerpo del cristiano, convertido en “templo del Espíritu Santo” por medio de la gracia bautismal.
         Es en este sentido en el que se expresa San Bernardo[4] al referirse a esta fiesta, al afirmar que lo que se festejaba o celebra, más allá del templo material concreto que es la Basílica de San Juan de Letrán, “es la fiesta de la casa del Señor, del templo de Dios, de la ciudad del Rey eterno, de la Esposa de Cristo”, pero esta “casa del Señor” es, ante todo, el bautizado: “Preguntémonos ahora qué puede ser la casa de Dios, su templo, su ciudad, su Esposa. Lo digo con temor y respeto: somos nosotros. Sí, nosotros somos todo esto en el corazón de Dios. Lo somos por su gracia, no por nuestros méritos”. Por la gracia del bautismo sacramental, fuimos convertidos, de meras creaturas, en “templos vivientes del Espíritu Santo” (cfr. 1 Cor 6, 9) y “casa de Dios”: “Somos su casa” y en esta casa inhabita el Espíritu Santo: “Y el apóstol Pablo nos dice: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”[5]. “Hermanos, sabemos por experiencia que somos la casa del Padre de familia por el alimento tan abundante que tenemos, el templo de Dios por nuestra santificación, la ciudad del Rey supremo para nuestra comunión de vida, la esposa del Esposo inmortal por el amor. Creo, pues, que puedo afirmar sin miedo: esta fiesta es realmente nuestra fiesta”.
Ahora bien, esta “casa de Dios” y “templo del Espíritu Santo” que somos nosotros, los bautizados, es lo que constituye en la otra vida a la Jerusalén celestial, según nos enseña la Iglesia cuando reza así: “Señor, tú que con piedras vivas y elegidas edificas el templo eterno de tu gloria: acrecienta los dones que el Espíritu ha dado a la Iglesia para que tu pueblo fiel, creciendo como cuerpo de Cristo, llegue a ser la nueva y definitiva Jerusalén”. Las “piedras vivas y elegidas” que “edifican el templo eterno de la gloria” de Dios, son los bautizados. Es esto mismo lo que se desprende del Libro del Apocalipsis: “Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: “Ésta es la morada de Dios con los hombres, y acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos”. Pero no vi santuario alguno en ella; porque el Señor, Dios todopoderoso, y el Cordero, es su santuario. Nada profano entrará en ella, ni los que cometen abominación y mentira, sino solamente los inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Ap 21, 2-3. 22. 27). La Ciudad Santa, la Morada de Dios, es la Jerusalén celestial, los bautizados con la gracia del Cordero y esta Ciudad santa “no tiene santuario”, porque el santuario es “el mismo Dios”, que habita con su Pueblo, los santos. La Ciudad santa, en el cielo, está formada por los santos, aquellos en los que habita Dios Trino, que es su santuario.
         Pero esta inhabitación trinitaria en el alma de los redimidos no es exclusiva del cielo, sino que comienza ya aquí en la tierra, con la inhabitación trinitaria por la gracia en el alma de los justos –pecadores pero que se esfuerzan por vivir en gracia y rechazar el pecado-. Para San Bernardo, el hecho de que Dios inhabite en nuestras almas, es la razón primera para ser santos –perfectos- como Dios es santo y perfecto, porque Él es el que comunica de su santidad en aquellos en los que inhabita, y es así que dice: “Sed santos, dice, porque yo, vuestro Señor, soy santo” (Lv 11,45).  ¿Será suficiente la santidad? Según el testimonio del apóstol también la paz es necesaria: “Procurad la paz con todos y la santidad sin la cual nadie verá a Dios” (Heb 12,14). Esta paz es la que nos hace vivir juntos, unidos como hermanos, y edifica para nuestro Rey, una ciudad enteramente nueva llamada Jerusalén que significa: visión de paz”. Es decir, porque Jesús y el Padre, con el Espíritu Santo, hacen morada en nuestros cuerpos, almas y corazones, convirtiéndolos en algo más grande que los cielos, porque inhabita en ellos el Dios Uno y Trino, cuya grandeza no pueden abarcar los cielos, entonces es por esta razón por la cual debemos ser santos y perfectos: “Sed perfectos, como mi Padre del cielo es perfecto” (Mt 5, 48). Esto quiere decir que, siendo templos vivientes de Dios Trino, en donde inhabitan las Tres Divinas Personas no podemos, de ninguna manera, profanar el Templo de Dios que es nuestro cuerpo y nuestra alma, con pensamientos, deseos y obras malas de cualquier tipo, puesto que eso significaría, inmediatamente, la profanación, más que de nuestros cuerpos y almas, de las Tres Divinas Personas que hicieron de nuestros corazones sus altares en donde ser adoradas como un Único Dios Verdadero.
         Para darnos una idea de lo que decimos, basta con hacer la siguiente analogía: así como en el templo material inhabita Dios Hijo en la Eucaristía, en el sagrario, así el Espíritu Santo inhabita en el cuerpo del bautizado en gracia, y de la misma manera a como Jesús Eucaristía sería gravemente ultrajado si en el templo se interpretara otra música que no sea la de su adoración, o se proyectasen imágenes indecentes, o si hiciera cualquier cosa que no fuera para su alabanza y gloria, de la misma manera, cuando en el templo del Espíritu Santo que es el cuerpo del bautizado, es profanado, se profana a la Persona Tercera del Espíritu Santo que en él inhabita, y cuando se escuchan canciones mundanas, profanas o directamente blasfemas, o se vieran espectáculos inmorales, es como si en el Templo se escucharan cosas indecentes, se profirieran palabras y entonaran cantos soeces, y se vieran cosas inmorales. Y de un modo inverso, si el templo que es el cuerpo, está iluminado por la gracia y si se entonan en el alma cánticos de alabanza y adoración al Cordero, y si se hacen obras buenas en su honor y se evita todo pensamiento, deseo y obra impuros, entonces es como cuando un templo, en el que habita Jesús Eucaristía en el sagrario, está todo perfumado, limpio, aireado y en su interior se escucha la voz de Dios Trino, que habla en el silencio, en lo más profundo del corazón del hombre. Por lo que vemos, entonces, en esta fecha, no se celebra a un “edificio material”, sino ante todo, a aquello que este edificio material, consagrado, esto es, dedicado al servicio del Señor, representa: el cuerpo y el alma del hombre que por la gracia son convertidos en templo del Espíritu Santo y sus corazones en altar, sagrario y custodia de Jesús Eucaristía.






[1] San Juan de Letrán es la catedral de la diócesis de Roma, que el Papa preside como obispo. En el día de hoy, celebramos su dedicación por el papa Silvestre I en el año 324 d.C., cuando se convirtió en la primera iglesia en la que los cristianos podían hacer culto en público. Cfr. http://es.aleteia.org/2015/11/09/9-de-noviembre-un-dia-de-fiesta-por-un-edificio/
[2] http://www.liturgiadelashoras.com.ar/
[4] San Bernardo (1091-1153); Sermón 5 para la Dedicación: Fiesta de la dedicación de una iglesia, fiesta del Pueblo de Dios.
[5] Cfr. ibidem.

No hay comentarios:

Publicar un comentario