viernes, 24 de marzo de 2017

“¿Crees en el Hijo del hombre? (…) Es el que te está hablando (...) “Creo, Señor”. Y, postrándose, lo adoró”


(Domingo IV - TC - Ciclo A – 2017)

         “¿Crees en el Hijo del hombre? (…) Es el que te está hablando (...) “Creo, Señor”. Y, postrándose, lo adoró” (Jn 9, 1-41). Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento; hacia el final del episodio evangélico, se registra este diálogo entre Jesús y el ciego que ha recuperado la vista que se postra ante Jesús, al reconocerlo como Dios Hijo encarnado.
El ciego de nacimiento es figura del hombre caído en el pecado original, puesto que el pecado es como una tiniebla espiritual que ciega su inteligencia y le dificulta contemplar la Verdad, y es como un humo denso que ofusca su voluntad y le dificulta obrar el Bien. Puesto que la Verdad y el Bien en sí mismos se identifican en Dios –Dios es la Verdad Suprema y Absoluta y el Bien infinito-, el pecado original dificulta al hombre el retorno a Dios. Al regresarle la vista, Jesús simboliza el don de la gracia santificante, que es luz para el alma y que disuelve las tinieblas del error y del pecado, haciendo participar al alma tanto del Conocimiento y la Sabiduría de Dios, como del Amor de Dios. Así, los santos se vuelven capaces de conocer y amar a Dios tal como Dios se conoce y se ama a sí mismo.
         El ciego de nacimiento es, por lo tanto, una representación de la humanidad caída en el pecado y es, por lo tanto, una representación de cada uno de los seres humanos, puesto que todos, desde Adán y Eva, hemos heredado el mismo pecado original. El ciego que recupera la vista es, a su vez, todo cristiano que, recibiendo su gracia santificante en el Bautismo, ha recibido también el don de la fe sobrenatural en Él, en cuanto Hijo de Dios, además de habérsele quitado el pecado original. Puesto que es un don, la fe debe acrecentarse con actos concretos de fe –oración, obras de caridad, etc.-; de lo contrario, esa fe se debilita y termina por apagarse, ya que es como una pequeña luz celestial, encendida por Dios en el alma en el momento del bautismo.

         “¿Crees en el Hijo del hombre? (…) Es el que te está hablando (...) Y, postrándose, lo adoró” (Jn 9, 1-41). El mismo Jesucristo que devuelve la vista al ciego de nacimiento, es el mismo Jesucristo que nos hace la misma pregunta desde la Eucaristía: “¿Crees en Mí, en mi condición de Hombre-Dios?”. Nosotros, parafraseando al ciego que recibió el milagro de ver, le respondemos: “Sí, creemos que Tú eres el Hombre-Dios”. Jesús nos dice: “Soy Yo, que te hablo desde la Eucaristía”. Y entonces también nosotros, como el ciego del Evangelio que ha recuperado la vista, nos postramos ante su Presencia Eucarística.

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