miércoles, 29 de marzo de 2017

“Los judíos querían matarlo porque se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre”


“Los judíos querían matarlo porque se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre” (Jn 5, 17-30). Jesús revela de sí mismo su condición de Dios Hijo, procedente del Padre, consubstancial al Padre –y por lo tanto al Espíritu Santo- y, por lo tanto, revela la armonía que existe en las Tres Divinas Personas, en el querer ad intra y en el obrar ad extra: “Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo”. Esta unidad en la acción, que se deriva de la participación de la misma naturaleza divina y del mismo Acto de Ser divino trinitario por parte de las Tres Divinas Personas, refleja la perfección infinita de Dios Trinidad: si hubiera disenso entre las Divinas Personas, Dios no sería tal, porque no sería perfecto. Afirmar lo contrario, es decir, afirmar división y disensión al interno de la Trinidad, es una falsedad y una herejía.
“Lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo”: lo que es una Verdad revelada, y por lo tanto, fuente de alegría y gozo para los hombres, que descansan de sus tribulaciones con la seguridad de que Dios Trino crea y conduce el universo hacia la final santificación, constituye para los judíos por el contrario una blasfemia, porque rechazan la Trinidad en Dios, permaneciendo en la revelación de Dios como meramente Uno y no Trino y por ese motivo buscan matar a Jesús: “Los judíos querían matarlo porque se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre”.
“Lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo”. La Creación –en el Génesis-, la Redención –en el Calvario-, la santificación y purificación –en Pentecostés- es obra de un mismo Dios, que es Trinidad de Personas, que crea, redime y santifica, y gobierna el mundo, desde la Creación, hasta el Apocalipsis, hasta la renovación total del mundo en el Espíritu Santo, cuando creará el “cielo nuevo y tierra nueva”. No hay ni un segundo de la historia, de la humanidad y del hombre, en que Dios Trino no esté Presente con su Querer, su Amor y su Obrar conjunto y armónico en sus Tres Divinas Personas. Y si esto es válido para el universo creado, visible e invisible, lo es aún más para la obra maestra de la Trinidad, la Santa Misa, renovación incruenta y sacramental del Sacrificio de Jesús en la Cruz:
“Mi Padre trabaja y Yo también trabajo”. La Trinidad de Personas trabaja en la obra de nuestra redención y santificación, todos los días, haciendo que el sacrificio de la Cruz nos sea accesible a todos los hombres de todos los tiempos y lugares, por la Santa Misa. No hagamos vano el trabajo de la Trinidad, no desperdiciemos ni despreciemos su obra maestra, el santo sacrificio del altar y aprovechémoslo cada vez que nos sea posible, no sea que lo lamentemos cuando ya sea demasiado tarde.


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