sábado, 20 de mayo de 2017

“El que recibe mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama”


(Domingo VI - TP - Ciclo A – 2017)

         “El que recibe mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama” (Jn 14, 15-21). Si queremos saber si en verdad amamos a Jesús, Él mismo nos da la “regla”, por así decir, para medir nuestro grado de amor hacia Él: “El que recibe mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama”; y también, formulado de otra manera: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos”. En otras palabras, si creemos que amamos a Jesús, lo único que debemos hacer es meditar acerca de cuánto cumplimos o no con sus mandamientos. Ahora bien, ¿de qué mandamientos se trata? Es obvio que, siendo Dios, los mandamientos de Jesús son los mandamientos de Dios, los Diez Mandamientos, el Decálogo. Sin embargo, además de estos, están los mandamientos específicos de Jesús, en cuando Hombre-Dios encarnado, mandamientos que Él los va revelando durante el Evangelio, incluida la Última Cena. ¿Cuáles son esos mandamientos? “Perdona setenta veces siete” (Mt 18, 22); “Haz fructificar tus talentos” (cfr. Mt 25, 24-30); “Niégate a ti mismo y sígueme por el camino del Calvario” (cfr. Mc 8, 34); “Carga tu cruz y ven detrás de Mí” (cfr. Mt 16, 24); “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado, hasta la muerte de cruz” (cfr. Jn 13, 34); “Trata a los demás como te gusta que te traten a ti” (cfr. Mt 7, 12); “Saca primero la viga que tienes en el ojo, antes de quitar la paja del ojo ajeno” (Mt 7, 1-6); “Coman mi Carne y beban mi Sangre para tener vida eterna en ustedes” (Jn 6, 54); “Ama a tus enemigos” (Mt 5, 44); “Sean perfectos, como mi Padre es perfecto” (Mt 5, 48); “Sean misericordiosos, así como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36).
         “Perdona setenta veces siete”, nos dice Jesús, lo cual quiere decir siempre, y sin importar el grado ni la magnitud de la ofensa con la que el prójimo nos ha ofendido y “siempre” quiere decir “siempre”, es decir, si mi prójimo me ofendiera todos los días, todo el día, yo estoy obligado, por el mandamiento de la caridad, a perdonarlo, en nombre de Cristo. Y este perdón excluye el rencor, la frialdad, la indiferencia hacia mi prójimo, de lo contrario, no es verdadero perdón cristiano. Ahora, si mi prójimo me ofende, y resulta que su ofensa no es tan grande e, incluso, me pide perdón, pero yo me niego a perdonarlo, le quito el saludo, lo trato con rencor e indiferencia: ¿cumplo el mandato de Cristo? ¡De ninguna manera! Sólo demuestro que conozco los mandatos de Jesús, pero no los cumplo, con lo cual me hago reo de doble culpa y castigo delante de Dios.
         “Haz fructificar tus talentos”: todos tenemos talentos, y nadie puede decir que no los tiene. ¿Los pongo al servicio de la Iglesia y de la salvación de las almas? Si no lo hago, hasta lo que creo tener me será quitado en el último día.
         “Niégate a ti mismo y sígueme por el camino del Calvario”: negarnos a nosotros mismos significa negarnos en todo lo malo a lo que estamos inclinados: a la venganza, a la calumnia, a la mentira, a la trampa, a los malos pensamientos, a las malas acciones; seguir a Jesús por el camino del Calvario, quiere decir combatir contra mí mismo, contra mis malas inclinaciones, y no contra el vecino.
         “Carga tu cruz y ven detrás de Mí”: Jesús va al Calvario, cargando con la cruz, que se hace pesada por nuestros pecados. Jesús me aliviana la cruz, y me pide que lo siga con esta cruz ya alivianada. Pero yo me quejo ante la menor dificultad, ante la más pequeña enfermedad, o ante una enfermedad grave, y así demuestro que ni cargo la cruz, ni voy detrás de Jesús.
         “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado, hasta la muerte de cruz”: esto es válido para todos: para los esposos entre sí, para los hermanos entre sí, para los padres e hijos, para cualquier prójimo. ¿Soy capaz de amar a mi prójimo hasta la muerte de cruz, lo cual significa ser paciente hasta la heroicidad, ser caritativo hasta la heroicidad, buscando transmitir el Amor de Cristo a mis hermanos? ¿O, por el contrario, en vez de amar a mis hermanos, los trato de manera áspera, rencorosa, vengativa, fría, porque en vez del Amor de Cristo, les transmito mis propios sentimientos malignos?
         “Trata a los demás como te gusta que te traten a ti”: me gusta que me traten con respeto, con afecto, con consideración; ¿trato así a los demás? Me gusta que, si me equivoco, tengan misericordia de mí y me traten benévolamente, pasando por alto mis defectos. ¿Trato así a los demás? No me gusta que me hagan bromas pesadas, pero las hago a los demás; no me gusta que me traten de forma fría e indiferente, pero trato así a los demás. ¿Ésa es la forma de cumplir el mandato de Cristo?
“Saca primero la viga que tienes en el ojo, antes de quitar la paja del ojo ajeno”: ¿busco corregir mis graves defectos, o por el contrario, les saco continuamente en cara a mis prójimos sus defectos, sin fijarme en los míos y sin tratar de corregirme?
         “Coman mi Carne y beban mi Sangre para tener vida eterna en ustedes”. ¿Busco alimentarme de la Eucaristía, esto es, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, todas las veces que pueda, para comenzar a vivir ya, en anticipo, en esta vida, la vida eterna? ¿O, por el contrario, busco cualquier excusa –estudios, trabajos, ocupaciones, diversiones-, para dejar de lado el más grande don de Dios Padre, su Hijo Jesús en la Eucaristía?
         “Ama a tus enemigos”: estoy enfrentado con un prójimo, con el cual me separa una diferencia muy grande y grave; ¿cumplo el mandato de Jesús de amarlo, puesto que es mi enemigo? ¿O más bien, llevado por mi naturaleza herida por el pecado, sólo deseo y planifico mi venganza, y en vez de amor, lo que cultivo en mi corazón es destrucción hacia mi enemigo?
         “Sean perfectos, como mi Padre es perfecto”: no se trata de una perfección humana, aunque sí todo trabajo y estudio debe ser hecho a la perfección, para dedicarlo a Dios: se trata de la perfección que da la gracia. ¿Me preocupo por vivir en gracia? Y si estoy en gracia, ¿me preocupo por conservarla y acrecentarla?
“Sean misericordiosos, así como vuestro Padre es misericordioso”: la Iglesia prescribe catorce obras de misericordia, corporales y espirituales, que abarcan todos los campos de la actividad humana, de manera tal que nadie puede excusarse y decir: “No puedo obrar la misericordia” ¿Soy misericordioso?
         “El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama”. Jesús nos da, entonces, de un modo muy sencillo pero a la vez profundo, y tan profundo, que va hasta la raíz y la médula de nuestro ser y de nuestra espiritualidad cristiana, la fórmula para saber si lo amamos a Él de corazón, o más bien el nuestro es, hacia Él, un amor meramente declarativo y vacío, puesto que no prevalecen sus Mandatos, sino mi propia voluntad. Al respecto, dice San Agustín: “Lo alabamos ahora, cuando nos reunimos en la iglesia; y, cuando volvemos a casa, parece que cesamos de alabarlo. Pero, si no cesamos en nuestra buena conducta alabaremos continuamente a Dios. Dejas de alabar a Dios cuando te apartas de la justicia y de lo que a él le place. Si nunca te desvías del buen camino, aunque calle tu lengua, habla tu conducta; y los oídos de Dios atienden a tu corazón. Pues, del mismo modo que nuestros oídos escuchan nuestra voz, así los oídos de Dios escuchan nuestros pensamientos”[1].
         “El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama”. La recompensa para quien ama a Jesús y lo demuestra cumpliendo sus mandamientos, es un don cuyo valor es imposible siquiera de imaginar y de comprender, ni en esta vida, ni por toda la eternidad en el Reino de los cielos: la inhabitación del Espíritu Santo en el alma: “Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes”. El premio para quien se esfuerza por cumplir los mandatos de Jesús, es un continuo y permanente Pentecostés en el alma.




[1] Comentarios de San Agustín sobre los salmos; Salmo 148, 1-2: CCL 40, 2165-2166.

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