martes, 23 de mayo de 2017

“Les conviene que yo me vaya, para que les envíe el Paráclito”


“Les conviene que yo me vaya, para que les envíe el Paráclito” (cfr. Jn 16, 5-11). Jesús les anuncia a los discípulos su partida “a la Casa del Padre”, lo cual provoca en ellos una profunda tristeza y angustia. Sin embargo, la muerte de Jesús en la cruz es la condición necesaria para el envío y el advenimiento del Espíritu Santo[1], pues por la cruz será consumado su sacrificio pascual de muerte y resurrección. Cuando el Espíritu Santo venga, obrará en los discípulos y en el mundo: en los discípulos, les testimoniará la divinidad de Jesucristo, les concederá abundante efusión de gracias, y les concederá un amor espiritual y sobrenatural: al donarse Él mismo, en Persona, les concederá un amor nuevo con el cual amar a Jesús, el Amor con el cual el Padre ama al Hijo desde la eternidad, la Persona Tercera de la Trinidad, Él mismo, el Espíritu Santo.
En cuanto al mundo, el Espíritu Santo le argüirá de agravio en tres puntos: de pecado, de justicia y de juicio[2]. De pecado, porque les hará ver a los judíos que Jesús era el Mesías-Dios y que ellos cometieron el pecado de incredulidad al rechazar los milagros que atestiguaban sus palabras[3]. De justicia, porque el Espíritu Santo atestiguará que Jesús no era un delincuente, como falsa e inicuamente fue juzgado y condenado, sino que era el Cordero Inmaculado, que luego de sufrir la muerte en cruz, expiando nuestros pecados, subió a los cielos y está a la diestra de Dios[4]. Por último, el Espíritu Santo acusará al mundo y lo juzgará por haber hecho un juicio erróneo, por haberse unido al Príncipe de las tinieblas en su lucha contra el Hombre-Dios y por haberlo crucificado injustamente; el Espíritu Santo hará ver claramente que el verdadero juicio es el que condena al Príncipe de este mundo, Satanás, el “Homicida desde el principio” (Jn 8, 44), el “Príncipe de las tinieblas” (cfr. Jn 12, 31), que ha sucumbido frente a Cristo y su cruz, ha sido vencido de una vez y para siempre, y ha sido arrojado fuera del mundo, y una muestra de este triunfo de Cristo en la cruz, es la destrucción de la idolatría de los paganos y la expulsión de los demonios de los poseídos (cfr. Hch 8, 7; 16; 18; 19; 12)[5].
“Les conviene que yo me vaya, para que les envíe el Paráclito”. Así como para los discípulos y la Iglesia naciente era necesario que Cristo subiera a la cruz, para enviar al Espíritu Santo, que habría de donarse a sus corazones para que Jesús fuera amado con el Amor mismo de Dios, así también, para todo cristiano, es necesaria la participación en la Pasión del Señor y la postración ante Jesús crucificado y el Jesús Eucarístico para recibir su Sangre y, con su Sangre, el Espíritu Santo.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1956, 755-756.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.

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