jueves, 18 de enero de 2018

“Los espíritus impuros se tiraban a sus pies gritando: “¡Tú eres el Hijo de Dios!””


“Los espíritus impuros se tiraban a sus pies gritando: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”” (Mc 3, 7-12). ¿Sabían los demonios que Jesús era Dios? No lo podían saber en cuanto visión beatífica, porque por su pecado de soberbia y rebeldía, quedaron excluidos de la misma. Sin embargo, en el Evangelio vemos que un demonio, al “ver a Jesús”, se “arrojan a sus pies gritando: ¡Tú eres el Hijo de Dios!”. Este tipo de conocimiento es de tipo experiencial; es decir, lo deducen, a partir de las obras y signos –milagros- que obra Jesús. Pero también es un conocimiento personal, en cuanto las personas de los ángeles caídos reconocen, en la voz y el poder de Jesús, la voz y el poder del Dios omnipotente, misericordioso y sabio que los creó, los puso a prueba en el amor y luego de haber fallado ellos en la prueba, los condenó al Infierno eterno.

“Los espíritus impuros se tiraban a sus pies gritando: “¡Tú eres el Hijo de Dios!””. Aunque los demonios sean los enemigos de nuestras almas y por eso ningún contacto debemos tener con ellos, ya que así ponemos en riesgo nuestra salvación eterna, sí podemos en cambio aprender de ellos alguna que otra enseñanza. En este caso, de los demonios del Evangelio que se arrojan a los pies de Jesús gritando: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”, podemos aprender de ellos el reconocimiento que de Jesús tienen estos ángeles caídos y trasladar, de modo analógico, estas enseñanzas, a nuestra vida espiritual. Es decir, así como los demonios reconocen a Dios Hijo oculto en la naturaleza humana de Jesús, así nosotros, contemplando la Eucaristía, debemos reconocer, por la luz de la fe que nos fue infundida por el Espíritu Santo en el bautismo, a Dios Hijo oculto en las apariencias de pan. Y si los demonios, reconociendo en Jesús a Dios Hijo, aunque no se postraban –porque no pueden hacer un acto de amor y adoración a Dios Hijo, como se significa por la postración-, sí se arrojaban a sus pies, gritando “¡Tú eres el Hijo de Dios!”; análogamente nosotros, reconociendo la Presencia real, verdadera y substancial de Dios Hijo en la Eucaristía, debemos postrarnos ante la Eucaristía, exclamando, llenos de piedad, de amor, de fe y de devoción: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario