viernes, 11 de mayo de 2018

Solemnidad de la Ascensión del Señor



(Ciclo B – 2018)

         Luego de cumplido su misterio pascual, Jesús asciende a los cielos. De ese modo, cumple su profecía de que habría de retornar al Padre, pero también asciende para “prepararnos un lugar en las mansiones del Padre”. Jesús nos ama tanto, que quiere que “donde esté Él, estemos también nosotros” y por eso es que había dicho que iba al Padre “a prepararnos un lugar, para que donde esté Él, estemos también nosotros”. El hecho de que Jesús ascienda al cielo, es motivo para que el alma que queda aquí en la tierra, eleve constantemente su corazón y su alma al cielo, el destino final que en Cristo le espera. Así lo dice el Beato Guerrico de Igny[1] en su “Sermón para la Ascensión”. Hablando de los cristianos que quedan en la tierra mientras el Señor asciende, dice: “Ese día, Cristo “se elevó bajo la mirada de sus discípulos y desapareció en la nube” (Hech 1, 9)… se esforzaba por llevar sus corazones a seguirle haciéndose amar por ellos, y prometiéndoles por el ejemplo de su cuerpo que el de ellos podría elevarse de la misma manera… (…) Algunos vuelan con Cristo por la contemplación; en ti, que por lo menos sea por el amor. Hermano, puesto que Cristo, tu tesoro, subió este día al cielo, que allá también esté tu corazón (Mt 6, 21). Es de allá arriba que eres originario, es allá que se encuentra la parte de tu herencia (Sal 16, 5), es de allá que esperas el Salvador (Fil 3, 20)”.
         Pero Jesús también había prometido que “estaría con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo”, lo cual parece una contradicción, o algo imposible, porque si asciende, entonces ya no está con nosotros, porque Él está en el cielo y nosotros en la tierra; y al revés, si se queda en la tierra, no puede estar en cielo, porque se queda con nosotros, pero no sube al cielo. Pero como lo que es imposible para el hombre es posible para Dios, Jesús puede ascender al cielo, con su Cuerpo glorioso y resucitado, para prepararnos un lugar en las mansiones del Padre, para que donde esté Él estemos también nosotros, pero al mismo tiempo, cumple con su promesa de quedarse con nosotros y entre nosotros “todos los días, hasta el fin del tiempo” y esta promesa la cumple por la Eucaristía. En la Eucaristía, Jesús está en la tierra así como está en el cielo, con su Cuerpo glorioso y resucitado y como Él quiere que donde esté Él estemos nosotros, eso quiere decir que donde esté la Eucaristía, ahí debemos estar nosotros y ésa es la razón de la Adoración Eucarística. Quien adora a Jesús Eucaristía por medio de la Adoración Eucarística, cumple su deseo, ya en la tierra y antes de pasar a la eternidad, de estar allí donde está Él. Luego, cuando llegue nuestro momento de pasar de esta vida al Padre, estaremos también con Jesús en el cielo, por su Misericordia Divina, pero mientras tanto, anticipamos este “estar con Él donde está Él” por medio de la Adoración Eucarística.
         Jesús sube al cielo, pero al mismo tiempo se queda entre nosotros, por medio de la Eucaristía. Adoremos a Jesús Eucaristía, postrándonos ante su Presencia sacramental y estemos con Él, donde está Él, en la Eucaristía, todos los días, hasta el fin del mundo, para seguir luego estando con Él por toda la eternidad.
        


[1] (c. 1080-1157), abad cisterciense.

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